Menos queridos que los de la primaria y sin el prestigio de los de la universidad, los profesores de la escuela media tienen, sin embargo, la tarea más importante en el desarrollo de los chicos.
Por Angela Pradelli, ESCRITORA Y DOCENTE, PREMIO CLARIN DE NOVELA
No es en la universidad, donde se libran las más decisivas batallas contra la barbarie y el vacío, sino en la enseñanza secundaria y en barriadas deprimidas", le contesta por carta el gran ensayista George Steiner a Cécile Ladjali, una profesora que ejerce la docencia secundaria en un suburbio al norte de París.
Ladjali da clases de literatura en un instituto que está a unas pocas cuadras de la estación de Drancy, el principal campo de concentración y deportación de Francia durante la barbarie nazi, con capacidad para más de setenta mil personas.
Hoy, a pocas cuadras de donde tuvo lugar aquel horror pero sesenta años después, en sus clases, la profesora Ladjali les propone escribir poesía clásica a sus alumnos, jóvenes marginales, inmigrantes de Africa y Asia en su mayoría. Sonetos propone la profesora a los estudiantes, que vienen de la cultura del rap, del acid rock y del heavy metal, y que están inmersos en una realidad social periférica e injusta, y sobreviven en un contexto económico sin porvenir. La profesora ensobra las primeras versiones de los sonetos y se los manda a Steiner, a quien no conoce.
Y Steiner, profesor de las universidades de Yale, Nueva York, Ginebra y Oxford y Fellow extraordinario de la Universidad de Cambridge, apenas tres días después, le escribe la que sería la primera de un intercambio de cartas en las que los dos, el profesor emérito y la profesora de la secundaria reflexionan sobre el trabajo de los que enseñan a alumnos de entre 13 y 18 años.
Steiner, que en Harvard fue sucesor de la cátedra de poesía de T. S. Eliot —el autor de La tierra baldía que en 1948 recibió el premio Nobel—, acepta la propuesta de supervisar la escritura de jóvenes marginales. "Tanto su carta, le responde Steiner, como los escritos de sus alumnos me han emocionado profundamente". Aceptará también, cuando los alumnos publiquen su libro de sonetos, escribir el prefacio y hasta cruzará luego el charco para encontrarse con ellos, unos cuantos estudiantes de quince años que se han esforzado escribiendo poemas bajo su supervisión rigurosa y el arduo trabajo de la profesora. ¿Qué es la experiencia de Ladjali sino el relato de una pasión por enseñar, como la que aún tienen muchos profesores de la secundaria en la Argentina ?
Algunos hasta tienen aquí que soportar maltratos y acosos laborales por resistirse a transformar al aula en un club de divertimento; padecen las críticas de una u otra corriente didáctica según sea la moda que las ensalce; y no es raro que sean insultados por los padres de los mismos alumnos a quienes ellos pasan horas enseñándoles.
En la cadena, les tocó estar entre los docentes de la primaria —pero no cuentan con el afecto que por ellos se tiene— y los de la universidad —pero sin el prestigio que da ejercer en el ámbito superior. Suelen cargar con el demérito y la desaprobación o son tan ignorados que se convierten en seres anónimos. Sin embargo, ninguno de esos vientos ha logrado derribar a los buenos profesores de la secundaria. Y aunque saben que ha caído en desuso la práctica de enseñar y que ya no está en boga la exigencia, ellos siguen empeñados en trasmitir. Y cada día, frente al aula, intentan el milagro del encuentro que se concreta en la transmisión del conocimiento. En el ejercicio del magisterio renuevan el misterio de una profesión que es generosa porque construye siempre en los otros. La enseñanza propicia un aprendizaje que siempre es iluminador en el sentido de que revela una verdad de algún tipo. Es un ejercicio que abraza alma, cuerpo, intelecto, en un movimiento siempre inquietante y perturbador que conlleva enseñar y aprender. Sólo quien se haya sentido atravesado por la fuerza de una vocación podrá entender que los profesores cumplen sus sueños de futuro en el ejercicio diario de la docencia secundaria. Pero, por qué negarlo, hay días en que se preguntan si en los tiempos que corren no deberían empezar a creer en lo que afirman algunos: que su rol de enseñantes está ya oliendo a viejo y su destino más próximo será el anticuario. Después de todo, ¿qué tiene un profesor para ofrecer a un joven estudiante que habita un mundo regido hoy por los dioses del consumo, la competencia, el exitismo y la grosería de los mercados? Los profesores no tienen entre sus apuntes recetas para mantener la juventud. En sus cuadernos no llevan ninguna fórmula que asegure la comodidad y sus fichas de trabajo carecen de esquemas y notas para conseguir el confort y el lujo. Que los buenos profesores suelen pedir cambios en los diseños curriculares que mejoren el nivel de las escuelas es tan cierto como que ellos nunca dependerán de esos cambios para operar la transformación en los estudiantes. Saben que la enseñanza cobra cuerpo en la práctica dialéctica con sus alumnos. Que el aprendizaje propicia el punto siempre inexplicable del entendimiento espiritual, aun cuando —o mejor porque— ellos ponen límites, corrigen, indagan, provocan, interrogan, exigen, obligan. En tiempos en que el conocimiento, la disciplina, el aprendizaje, la lectura y la escritura son bastardeados y menospreciados, los buenos profesores de la secundaria no le temen a la dificultad, por el contrario, la enfrentan y asumen las asperezas que ésta provoca en el vínculo con los alumnos. Creen que la educación es el camino y nunca circulan por los atajos de la demagogia. Los profesores del secundario valoran los obstáculos de los procesos intelectuales, físicos, emocionales porque saben que en ese mismo campo de limitaciones e impedimentos, alguna vez, verdeará el orégano florecido.
Es muy dura nuestra lucha diaria, mantenemos grandes discrepancias con nuestras autoridades ministeriales y otros actores sociales, pero seguimos en pie y desplegando todo nuestro ser en nuestros jóvenes porque estamos convencidos que solamente venciendo la "batalla cultural actualmente presente", nuestro país podrá desarrollarse en serio.