Bárbara Maurer.
Alumna de 5to año.
Futura periodista.
Desde tiempos inmemorables, el hombre se ha enfrentando a una peligrosa y
mortífera especie, conllevando así a múltiples episodios especialistas en hacer
gala de lo desgarrador. Ésta, sumergiéndose en un lúgubre sigilo, procura
acercarse lentamente al enemigo, destruyendo así, todos sus valores, sueños y
convicciones. Aboga por la devastación y asolación, empeñándose en derribar al
oponente mediante su táctica favorita: aquél morboso empleo de la tiranía.
Pero, ¿a quién me refiero al hablar de ésta especie?
¿Quién se ha adueñado de un poder semejante? El mismísimo ser humano. Sí, así
es; el hombre se enfrenta a sus pares. El hombre decide matar. El hombre decide
exterminar a su propia especie. ¿Contradictorio? El mundo siempre lo ha sido.
Lamentablemente, nuestro país ha caído en éste error
increíblemente aniquilador. Un 2 de abrir de 1982, se iniciaba el conflicto
armado más doloroso y desgarrador en la historia de nuestro país. La Guerra del
Atlántico Sur ha tocado el alma de todos los habitantes de la República
Argentina, haciéndonos saber, día tras día, que el egoísmo y la violencia sólo
pueden situarnos en un callejón sin salida. Sin embargo, en el transcurso del
corriente año, el conflicto entre Reino Unido y Argentina parece haber
"resucitado"; las llamas volvieron a encenderse y el fuego parece no
temerle a un posible apagón. Ergo, es nuestra misión procurar que ése fuego no
se apague. Todos somos argentinos, todos conformamos un mismo pueblo; todos
llevamos a Malvinas en nuestra sangre.
Pero, ¿cómo reavivar las llamas? ¿Cómo hacer valer lo
que nos pertenece? ¿Mediante la violencia y amenazas de un nuevo conflicto
armado? No, en absoluto. No recurramos a la cobardía, a las salidas rápidas y
tormentosas. La fórmula está dentro de cada uno de nosotros; sólo debemos
hurtar profundamente en nuestos pensamientos y sacarla a la luz. ¡Seamos plenos
argentinos, convenscámosnos de que las Malvinas fueron, son y serán nuestras,
estén o no bajo el dominio inglés! ¡Sintamos orgullo al entonar las estrofas
del Himno Nacional; cantémoslo con fervor y alegría!
Hagámoslo en homenaje a los 649 hombres que dieron la
vida por cada uno de nosotros en las Islas. Pongámonos sus uniformes,
calcémonos sus botas, coloquémonos sus cascos. Sintamos ése frío antártico que
no perdona, erizándonos la piel, escalando posiciones en nuestros huesos,
recordándonos cuán lejos estamos de nuestras familias y amigos. Cerremos los
ojos por tan sólo un minuto e imaginémonos allí; sólos, sedientos, hambrientos,
envueltos en un peligroso aura dominado por el miedo y la ambivalencia.
Está en cada uno de nosotros defender a nuestras (e
incondicionalmente nuestras...) Islas Malvinas. ¿Cómo? Evitando devaluar el
orgullo hacia nuestro país, compartamos o no ideologías políticas con nuestros
actuales representantes, así como también recordando, día tras día, el
sobresaliente y admirable accionar por parte de los verdaderos héroes que han
ido a la guerra representándonos a cada uno de nosotros.
Acerquémosle la mano a aquéllos jóvenes de los años
80, que vivieron el horror de la guerra; convirtamos en manifiesto, día tras
día, desde nuestra individual y humilde posición, ése sentimiento patriótico
que puede pisar más fuerte que cualquier amenaza bélica.
"No dejen que el odio marchite las energías generosas y la capacidad de entendimiento que todos llevan adentro. Hagan, con sus manos unidas, una cadena de unión más fuerte que las cadenas de la guerra."
(Declaración de Juan Pablo II pronunciada durante el conflicto del Atlántico Sur).
Bárbara Maurer.
"No dejen que el odio marchite las energías generosas y la capacidad de entendimiento que todos llevan adentro. Hagan, con sus manos unidas, una cadena de unión más fuerte que las cadenas de la guerra."
(Declaración de Juan Pablo II pronunciada durante el conflicto del Atlántico Sur).
Bárbara Maurer.
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